Caracol, caracol…..
El viento se ha llevado las nubes blancas dispuestas en ordenadas hileras, como el pastor guía su rebaño de ovejas.
Tres semanas de espera y las soluciones no llegan. Veo incluso a Juan Ramón descruzar sus piernas, incorporarse en su sillón y echar a andar hacia la casa consistorial para pedir explicaciones al alcalde.
Esperamos y esperamos, y la paciencia se agota.
Nos reunimos en el interior de la jaima y las historias nos llenan de riqueza. Hoy la inspiración corre de la mano del compañero Juan. Nos cuenta la historia de una vez que estuvo trabajando en Sudáfrica, y allí, en plena época del Aparheid, donde la segregación racial, económica y social fue todo un acontecimiento, le enseñó que la libertad corre sólo a cargo de aquellos que son sobornados.
Según él, fue a trabajar a una refinería de carbón, en la localidad de Durban. (La tercera ciudad más importante de aquel país). Pues por lo que contaba, existen privilegios bien diferenciados para blancos, negros y mestizos. El blanco goza de los mayores privilegios, el mestizo tiene menos que el blanco y más que el negro, el negro casi no tiene nada. Pues las mujeres de raza negra (odio hablar de razas, puesto que para mí son todas iguales) iban buscando hombres blancos para poder procrear niños mestizos que les dieran mayor nivel económico, pero como podéis imaginar, como la ley la hace el blanco para joder siempre al negro, pues aquello lo tenían prohibido. Había tres compañeros de Juan que cuando salían por la noche a las salas de fiesta de los hoteles, la relación con mujeres blancas ni las olían, de esta forma sólo les quedaban buscar a las de color, así que tenían que burlar las leyes y a base de sobornar a los porteros de los hoteles conseguían el poder tomar contactos íntimos con ellas. Pues un día fueron pillados por la autoridad en plena acción (chivatazo y redada), pero como a ellos no podían hacerle daño ya que eran trabajadores emigrantes, (a ellas las pegaron hasta la saciedad) los desnudaron, les dejaron sin dinero, los tiñeron de negro y los mandaron al campamento donde residían, sin nada. Pero a los ojos de aquellos tres trabajadores jamás se les borraron la imagen de aquellas tres chicas sangrando por el simple hecho de buscar un futuro más esperanzador dentro de lo que ya para ellas suponía el tener que regalar sus cuerpos. “La tinta china te deja desnudo sólo ante el ridículo, la sangre te marca los límites hasta donde puede llegar la barbarie del hombre”.
Como podéis imaginar, a los que somos jóvenes y no estamos acostumbrados a este tipo de experiencias tan singulares, pues nos quedamos petrificados oyendo a Juan. Aunque de la lucha, se aprende.
Si cuento esto es porque en “Platero y yo” he parado en el relato “
A usted señor alcalde los movimientos se les ven todos. No haga de este municipio un país de blancos, negros y mestizos, porque el color (hasta de los partidos políticos) ha de ser siempre lo que menos importe.
Hasta mañana.
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