jueves, 11 de febrero de 2010

Diario de una jaima azul VII (8 de Febrero de 2010)


Que si tú, que si yo, que si este, que si aquel. Así nos hemos levantado esta mañana en la jaima azul. Y es que, no sé que tendrá esta calcomanía de aposento arábigo que a todos cautiva. Todos quieren estar aquí mostrando su apoyo a los compañeros, pernoctar y sentir el frescor del alba con la mirada de Juan Ramón. Y sobre todo, compartir, porque esta experiencia se está convirtiendo en nuestro “Gran Hermano” particular. Aunque eso sí, sin el delfín de Arturo. Al final, la solución...Organización.
La compenetración se hace latente entre todos los compañeros, y los problemas de uno los estamos empezando a hacer de todos. Nos preocupamos por aquellos que han enfermado y se encuentran ausentes, algunos por pocos días, otros, por circunstancias más serias no podrán ni estar aquí, pero todos son recordados y los echamos de menos.
Hoy por fin tostaron el pan que nos regaló el trabajador de la limpieza el viernes por la mañana (gracias a la gente que nuevamente nos hizo el día a día más fácil, ellos saben quiénes son). Y es que no hay mejor pan para una tostada, que aquel que tiene unos días de asiento. Bastó dividirlo a cuadros, como un tablero de ajedrez, darle un tono dorado virginal, untarle un poco de ajo, tomate y aceite…
“Siempre quiso el pobre los manjares del rico, pero nunca supo el rico disfrutar los momentos del pobre”.
Pasada la sobremesa nos contamos algunos chistes y el nivel fue bastante bueno, tanto que el Sr. Álvaro Burgos pasó junto a la jaima azul y venía sonriendo, no sé si sería porque oiría el del mudo que fue a sacarse la muela, pero ese para entenderlo tenía que haberlo visto porque era escenificado, o sea, que vendría riéndose de sus cosas privadas…
Pero la tarde no podía terminar con tanta felicidad. Me acerqué a mi coche para ir a casa y me topé con los nuevos operarios de Aqualia que se encontraban a la entrada de la Avda. Andalucía junto al “Bar Los Leones” arreglando una avería. Tenían una llave de registro abierta y la calle lloraba a borbotones, ni siquiera los husillos distribuidos por toda la calle eran capaces de aplacar aquel llanto, el agua llegaba muy por debajo del Teatro. Y el jefe del servicio decía al operario que fuese girando la válvula y probando a la misma vez si aquello cesaba, pero mostraba tantas dudas en sus palabras, que a mí sin ni siquiera saber del tema, me preocuparon. ¿En qué manos va a caer este pueblo? –pensé-. Al llegar a mi coche tenía el coche de Aqualia aparcado justo detrás del mío (que para que veáis que es cierto lo que digo, tiene el nombre puesto en el lateral de la furgoneta y está como si se lo hubiesen despegado). Estaba tan pegado que tuve que realizar siete maniobras para poder salir de mi aparcamiento.
Luego seremos nosotros los que saldremos culpados en la prensa siendo los responsables de toda esa agua que ayer se perdió en el municipio. Pues mientras yo tuve que hacer siete maniobras para poder encontrar una salida, hay personas que con sólo una le proporcionan la salida perfecta.
Y recuerde Sr. Burgos para deleite de sus sonrisas, que el pan de asiento se endurece y el pan blando, con tanta agua, termina desmoronándose.
Hasta Mañana.

1 comentario:

  1. Di que sí. Me parece maravilloso lo que estás haciendo. Más le valdría a alguno leer más a Juan Ramón Jiménez y menos el "Plan de Expansión" de Aqualia.

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