jueves, 25 de febrero de 2010

Diario de una jaima azul 21 de Febrero de 2010

Hemos cumplido un mes.

Son treinta los días que llevamos concentrados frente a las puertas del Ayuntamiento de Moguer. Sabíamos que esta protesta requeriría de un fuerte esfuerzo, pero jamás pensábamos que para que la cordura entre en las cabezas de las personas, los más débiles deberían vivir en condiciones extremas. Pero desafortunadamente ha tenido que ser así. Hoy, sin ir más lejos, el viento hace volar a la jaima como si de un globo se tratara, hemos tenido que buscar piedras de gran peso para que no se derrumbara. Pero con una simple reformilla, ahí está, ¡indestructible!

Las vallas puestas por el Ayuntamiento, para supuestamente, pintar los bordillos del acerado de amarillo, esas, sí son las que se están cayendo al suelo. Nosotros por conciencia humana, las volvemos a poner en pie, haciendo el trabajo de otros.

Por un momento pienso en aquellos que por las circunstancias que se han dado están haciendo nuestro trabajo. ¿Cómo se sienten esos trabajadores que están donde otros deberían estar? No me apetece responder…conciencia humana. Ellos no sólo han levantado la valla, se han apoderado de ella.

Haciendo resumen del mes que hemos vivido (muy duro, por cierto), dejando a un lado las condiciones atmosféricas, esta experiencia nos está sirviendo para conocernos todos un poco más. Excepto algunos que miran hacia otro lado, fingiendo que no nos conocen. Pero el resto del pueblo sí que sabe que somos de aquí, porque ellos sí que nos conocen.

Recuerdo un perrito que fue atropellado por un vehículo de un vecino. El animal estaba condenado a la muerte. Nuestro compañero Juan lo recogió del firme adoquinado y con urgencia lo llevó al veterinario del pueblo, tras varias radiografías, el can (como diría nuestro amigo Leo) fue enyesado en una patita y puesto a salvo con un correcto tratamiento. Entre todos le pusimos nombre. “Vulgo” (por no tener raza y ser un perro vulgar). Si no estuviéramos concentrados frente al Ayuntamiento, probablemente aquel perro hubiese muerto poco después de ser atropellado, pero ahí estábamos. No nos importó que fuese un perro vulgar, que no perteneciera a ninguna raza de perro cotizada. Simplemente vimos en él, una vida.

En “Platero y yo”, me detengo en el relato de “La Tormenta”, para los días en los que transcurrimos, quizás sea el título perfecto. Hemos pasado jornadas de grandes tormentas. Truenos y relámpagos que han hecho retorcernos en los asientos de la jaima. Pero Juan Ramón no habla de una tormenta tal cuál la hemos vivido estos días. Para el maestro, la tormenta representa la tragedia, la muerte, la desgracia que pasa por la puerta de cada uno dejándonos inmóviles y atrapados.

Es el miedo que se apodera del todo.

Nosotros, después de treinta días de lucha y teniendo en cuenta que somos gente vulgar, pedimos nuestro derecho a la vida. Esperamos que pase la tormenta, que lleguen vientos nuevos y que D. Juan Ramón no tenga que preguntarse:

¿Que será de Platero, tan solo en la indefensa cuadra del corral?

Hasta mañana.

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