Hoy nos ha visitado el dios Eolo, la jaima se inflaba y se desinflaba como un calamar gigante. Eso sí, azul como el cielo.
El ir y venir de las nubes, con sus caprichosas formas hacen resurgir mi nostalgia interior. Al abrigo de ellas he podido avanzar en la lectura de “Platero y Yo” y quedo maravillado con el mundo intimista repleto de sentimientos que guardaba Juan Ramón. Leer su obra, está impregnando con un suave bálsamo el interior de mi corazón. Sentado en la Plaza del Cabildo lo observo desde la distancia, me hallo en un banco con el sol a mis espaldas e intento buscar en su silueta, ese algo, que me ayude a sentirlo aún más cercano. Su bronce desgastado, lo convierte en un hombre sobrio, visto desde su perfil izquierdo, al observarlo de frente, me regala una sonrisa y en su perfil derecho descubro como el abandono se apodera de su figura. ¡Oh Juan Ramón, hijo que fuiste eterno de este tu municipio, pasas a ser solo el recuerdo de una fecha señalada! Por favor, limpien la estatua de Juan Ramón. Las malvas inundan su jardín, las colillas flotan como barcos mercantes en el agua que lo rodea, excrementos de aves cubren su cabeza, y mejor paro aquí. Hagan legibles aquellas palabras que tanto cuesta leer y que dieron grandeza a todos los que explotaron la imagen del escritor, “Amor” y “Poesía”.
Hoy, más que ningún día quiero pararme en uno de los relatos de Juan Ramón, son ya más de cien páginas las que he podido hilvanar en mi memoria, me detengo y degusto cada palabra del autor, pero al escudriñar en sus textos, me deslumbra “El niño y el agua”.
“En la sequedad estéril y abrasada de sol del gran corralón polvoriento…Echado en el suelo, tiene la mano bajo el chorro vivo, y el agua le pone en la palma un tembloroso palacio de frescura y de gracia que sus ojos negros contemplan arrobados…..El palacio, igual siempre y renovado a cada instante, vacila a veces. Y el niño se recoge entonces, se aprieta, se sume en sí, para que ni ese latido de la sangre que cambia, con un cristal movido sólo, la imagen tan sensible de un calidoscopio, le robe al agua la sorprendida forma primera.
- Platero, no sé si entenderás o no lo que te digo: pero ese niño tiene en su mano mi alma”.
Quizás hasta ahora, no haya escrito en este diario unas palabras tan sinceras, quizás algunos creíais que en este libro no habría respuestas, pues quien lo desee, que analice este capítulo. A mí personalmente lo que Juan Ramón me transmite es que aunque la necesidad pueda obligar, hay que mantener la esencia de lo original, porque en esa originalidad se encuentra lo especial. (La frescura y la gracia)
Lo original para los trabajadores de Giahsa, no es más que el poder prestar el servicio con la mayor calidad como lleva haciéndose desde hace 20 años. Quizás señor alcalde usted lo está mirando con un “cristal movido”, que sólo le ofrece la imagen de un palacio donde sólo puede haber un rey.
El servicio de aguas es una fuente donde acuden a beber todos los vecinos del pueblo y el alma de Juan Ramón es nuestra vida.
Hasta mañana.
El ir y venir de las nubes, con sus caprichosas formas hacen resurgir mi nostalgia interior. Al abrigo de ellas he podido avanzar en la lectura de “Platero y Yo” y quedo maravillado con el mundo intimista repleto de sentimientos que guardaba Juan Ramón. Leer su obra, está impregnando con un suave bálsamo el interior de mi corazón. Sentado en la Plaza del Cabildo lo observo desde la distancia, me hallo en un banco con el sol a mis espaldas e intento buscar en su silueta, ese algo, que me ayude a sentirlo aún más cercano. Su bronce desgastado, lo convierte en un hombre sobrio, visto desde su perfil izquierdo, al observarlo de frente, me regala una sonrisa y en su perfil derecho descubro como el abandono se apodera de su figura. ¡Oh Juan Ramón, hijo que fuiste eterno de este tu municipio, pasas a ser solo el recuerdo de una fecha señalada! Por favor, limpien la estatua de Juan Ramón. Las malvas inundan su jardín, las colillas flotan como barcos mercantes en el agua que lo rodea, excrementos de aves cubren su cabeza, y mejor paro aquí. Hagan legibles aquellas palabras que tanto cuesta leer y que dieron grandeza a todos los que explotaron la imagen del escritor, “Amor” y “Poesía”.
Hoy, más que ningún día quiero pararme en uno de los relatos de Juan Ramón, son ya más de cien páginas las que he podido hilvanar en mi memoria, me detengo y degusto cada palabra del autor, pero al escudriñar en sus textos, me deslumbra “El niño y el agua”.
“En la sequedad estéril y abrasada de sol del gran corralón polvoriento…Echado en el suelo, tiene la mano bajo el chorro vivo, y el agua le pone en la palma un tembloroso palacio de frescura y de gracia que sus ojos negros contemplan arrobados…..El palacio, igual siempre y renovado a cada instante, vacila a veces. Y el niño se recoge entonces, se aprieta, se sume en sí, para que ni ese latido de la sangre que cambia, con un cristal movido sólo, la imagen tan sensible de un calidoscopio, le robe al agua la sorprendida forma primera.
- Platero, no sé si entenderás o no lo que te digo: pero ese niño tiene en su mano mi alma”.
Quizás hasta ahora, no haya escrito en este diario unas palabras tan sinceras, quizás algunos creíais que en este libro no habría respuestas, pues quien lo desee, que analice este capítulo. A mí personalmente lo que Juan Ramón me transmite es que aunque la necesidad pueda obligar, hay que mantener la esencia de lo original, porque en esa originalidad se encuentra lo especial. (La frescura y la gracia)
Lo original para los trabajadores de Giahsa, no es más que el poder prestar el servicio con la mayor calidad como lleva haciéndose desde hace 20 años. Quizás señor alcalde usted lo está mirando con un “cristal movido”, que sólo le ofrece la imagen de un palacio donde sólo puede haber un rey.
El servicio de aguas es una fuente donde acuden a beber todos los vecinos del pueblo y el alma de Juan Ramón es nuestra vida.
Hasta mañana.
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